Historias del Ferrocarril: Monasterio de Ovila

   

miércoles, 18 de octubre de 2006 / 1.999 lecturas

Podríamos empezar una nueva sección en Matillas.org. La llamaríamos “Historias del Ferrocarril”. En ella recogeríamos los episodios más curiosos o importantes en los que ha participado nuestra estación. Sin embargo, como somos muy dados a empezar secciones y luego tan solo publicar un par de artículos, preferimos recogerla en a sección Historias y más adelante, si funciona, quizás le demos la importancia que se merece.

 William Randolph Hearst
William Randolph Hearst

“Erase una vez un norteamericano muy rico y muy poderoso. Su nombre era William Randolph Hearst y era el más importante magnate de la prensa de su país. El señor Hearst lo tenía todo lo que el dinero podía pagar. Sin embargo, sentía debilidad por algo que su país no le podía dar: monumentos, en especial de la vieja Europa. Su último capricho era conseguir una abadía cisterciense castellana. Con ese mensaje sus buscadores de tesoros rastrearon el terreno para localizar joyas y satisfacer el apetito ¿artístico? de su mentor. No tardaron en localizar su perita en dulce: el monasterio cisterciense de Ovila, cerca de Trillo. Sin embargo, el objetivo de Hearst no era solo comprar el monasterio, sino, desmontarlo piedra a piedra y reconstruirlo en su mansión de San Simeón, en California.

Restos del Claustro de Ovila
Restos del Claustro de Ovila

Cuando los asalariados de Hearst localizaron el monasterio, vieron que presentaba un estado lamentable. Ahora eran poco más que unas ruinas. Fundado en el siglo XII, fue abandonado por la desamortización del siglo XIX. Sus joyas artísticas o fueron repartidas en las iglesias de los alrededores o habían sido robadas o malvendidas. El Estado se había hecho cargo del monasterio. Su interés por su conservación era nulo. En 1928 un vecino pagó al Estado 3.000 pesetas por el monasterio, quien en los albores del pelotazo inmobiliario, lo revendería a W. R. Hearst por 85.000 dólares. Aprovechando una situación política española bastante convulsa comenzó un expolio al que no le faltó tiempo. En tres meses, entre entre marzo y junio de 1931, la sala Capitular, el claustro medieval y la iglesia del Monasterio fueron desmontados y trasladados a Matillas, de aquí a Valencia, y de allí a América.

Sala Capitular de Ovila
Sala Capitular de Ovila

El viaje fue largo. Los sillares llegaron al puerto San Francisco, donde la odisea del monasterio no había hecho más que comenzar. Los problemas legales hicieron que las piezas fueran dispersadas, deterioradas y olvidadas en los almacenes de la ciudad. Además, en plena recesión económica, a Hearst se le complicó sobremanera reconstruir el monasterio en California. Las ruinas le ocupaban muchísimo espacio en los almacenes y no le servían para nada. En 1941 donó las ruinas a la ciudad de San Francisco, pero los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial y el proyecto municipal de reconstruirlo y hacer un Museo de Arte Medieval entró en punto muerto. Tan solo se llegó a utilizar una portada manierista de la iglesia en una sala del De Young Museum del Golden Gate Park de San Francisco. Por otro lado, unos monjes californianos recompraron parte de las piedras y desde 1994 están reconstruyendo la sala Capitular de Ovila en Vina, California. Todavía no han concluido. El resto de las ruinas, tras siglos de historia, y como en las películas de Indiana Jones, dormitan acumulando polvo en unos almacenes de California.”

FUENTES

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Este artículo fue escrito el miércoles, 18 de octubre de 2006 a las 19:22 y está guardado en la categoría Historia(s). Puedes seguir los comentarios de este artículo con el RSS 2.0 feed. Both comments and pings are currently closed.

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